Cada año intentamos realizar una ruta de dos días y en esta
ocasión la hemos hecho en el Pirineo con base en Camprodón. 7 Ciclópatas
partimos el viernes con la ilusión de realizar esta ruta, la BI 3000, llamada
de la Retirada pues fue una de las vías que tomaron los derrotados en la guerra
civil española en invierno de 1939 para huir hacia Francia. El espíritu de la
retirada está presente solo en la primera etapa mientras que la organización
diseña otras rutas para el segundo día.
Con los números en la mano parecía bastante exigente para la
preparación de más de uno. Kiler, Norris, Quique, Víctor, R1, Adolfo y Racing
nos instalamos en el hotel Sant Roc donde nos facilitan un espacioso
apartamento donde estamos en familia y un local en la parte de abajo donde
guardar las bicis.
La ruta de la Retirada
Las previsiones meteorológicas no eran muy halagüeñas pero
tras el desayuno del sábado el cielo estaba sereno y aunque la temperatura era
fresca nada hacía presagiar lo que finalmente acontecería. Ya el día antes,
Jaume, organizador de la ruta nos había advertido de la posibilidad real de
lluvia bien entrado el día.
Partimos desde el centro histórico de Camprodón hacia el
este y tras un kilómetro de carretera nos desviamos a la izquierda por una
tranquila pista asfaltada donde empezamos a remontar desnivel, poco a poco el
camino se va estrechando y endureciendo y vamos subiendo por tramos rocosos, en
ocasiones por senderos que transcurren por el medio de prados, pero que en
ningún caso permite coger un ritmo constante ni muy alegre. Tras una corta
bajada empieza un sendero fuertemente empinado que parece no acabar nunca,
aunque el desnivel poco a poco se deja hacer hasta el Coll d’Ares sobre la Cota
1.500.
La diversión del día venía luego, pues desde la cima parte
un sendero en bajada donde iniciamos un descenso de 60 minutos con tramos muy
variados siempre siguiendo un singletrack. Al principio por entre prados, luego
por el medio del bosque donde hay zonas peligrosas con muchas raíces húmedas
donde hay que poner todos los sentidos. Solo empezar el sendero Norris clava la
rueda delantera y sale volando con la suerte de caer de pié y Adolfo se pasa de
frenada besando un floreado prado. Luego es Quique quien se une a la fiesta y
nos obsequia con un par de volteretas, por suerte sin consecuencias.
La bajada se realiza íntegramente en territorio francés y
llegamos has la localidad de Prats de Molló en el país vecino. Aprovechamos
para comer algo, buscar una fuente e iniciamos el segundo puerto del día. Una
larga pista nos debe remontar hasta los 1.600 metros de altitud. El camino es
agradable, muy largo pero asequible. Rodeados siempre por un espeso bosque
vamos ganando altitud con solo un pequeño percance en forma de pinchazo en la
rueda trasera de Norris. Poco antes de culminar el puerto por la pista Kiler
hace el siguiente comentario: “Parece que el tiempo nos respeta”, no pasan ni
10 segundos y empieza a llover. Me adelanto y la lluvia cada vez es más
intensa. Nos resguardamos en el bosque a esperar al resto y ya estamos todos
empapados.
El track nos desvía por el medio de un prado, aún quedan 20
minutos de subida, el barro empieza a ser un obstáculo pero vamos avanzando. Al
empezar el descenso la lluvia se intensifica aún más y el granizo hace acto de
presencia, al principio hasta es divertido, poco después es un martirio pues
cae con mucha fuerza y uno no sabe cómo ponerse para que evitar los dolorosos impactos.
La bajada es por un singletrack que se convierte en un río de agua y granizo,
el frío empieza a causar mella en el cuerpo y las manos de todos nosotros. En
un pequeño escalón, Quique, sin sensibilidad en los dedos, vuelve a dar una
voltereta y le entra el agua helada dentro de la ropa, parece un pollo en mitad
del diluvio universal.
La bajada de por sí no es rápida pero en estas condiciones
se hace muy lenta. No sabemos con exactitud la distancia que tenemos hasta
Espinavell, el pueblo que está después del descenso. Paramos un momento a
reagruparnos en medio del temporal y al vernos las caras nos damos cuenta de la
tensión y malestar de alguno en estos momentos. A Norris se le acalambran las
piernas y no puede ni subir a la bici, Quique hace rato que no para de tiritar
y nos preocupa, por suerte en pocos minutos reiniciamos el descenso y poco
después llegamos a Espinavell sobre las 15:30h.
Después de la primera calle, al fondo, se divisa un bar con
una terraza cubierta con una lona y nos abalanzamos hasta allí tirando las
bicis casi en movimiento pues la tormenta es de aúpa y el granizo atiza fuerte.
Aunque el local, Can Jordi, tiene las luces cerradas, tiene la puerta abierta.
Entramos y tal es el aspecto de Quique que nos reciben como si estuviéramos en
casa. Nos ofrecen cobijo y nos tratan como a hijos, con toallas y bebida
caliente poco a poco vamos recuperando temperatura y la sonrisa. Irremediablemente
les dejamos el bar perdido de agua pero solo recibimos palabras de aliento.
Una vez medio recompuestos decidimos quedarnos allí a comer
y es un gran acierto. Aunque nos hubiéramos conformado con cualquier cosa, Eva
nos regala con un impresionante “espatlla de xai a la menta” y demás manjares
mientras que Ferran se las ingenia para servirnos como reyes sin dejar de
intentar adecentar el estropicio que le dejamos. La lluvia no cesa y sobre las
18h. tomamos la decisión de mandar a paseo la última parte de la ruta y
regresar a Camprodón por carretera.
Buscábamos algo de aventura, pero esta vez tuvimos
sobredosis y dedicamos el resto del día a saborear la experiencia mientras la
adrenalina iba bajando con tragos de cerveza.
El resto de la ruta
En el briefing del viernes nos comunicaron que el segundo
día sería distinto del habitual pues muchos caminos estaban en mal estado.
Después de la experiencia del sábado parecía que los ánimos no estaban para
muchos pedales pero aún así partimos hacia Llanars para ver como respondía el
cuerpo. Aquí, en el Pirineo, la alta montaña se la toman al pie de la letra y
las subidas son siempre subidones y eso era lo que tocaba como entremés, una
larga y empinada cuesta que nos llevó 50 minutos de molinillo sin descanso
alguno.
Aquí, por una circunstancia u otra tuvimos dos abandonos, el
resto seguimos montaña arriba que luego nos obsequió con un recorrido
excepcional en un inmenso bosque de hayas con un descenso complicado por la
inclinación, la humedad y las piedras, también con ortigas, muchas ortigas.
Cruzamos un par de riachuelos y pronto se presentó una nueva y exigente subida
que desembocó en un prado.
El plácido día poco a poco iba cambiando de color, las nubes
hacían acto de presencia y las dudas de una nueva tormenta hacia el mediodía
tomaban certidumbre. Ni los ánimos ni las piernas eran los idóneos, así que
tomamos la decisión de hacer el descenso y buscar una vía de escape para
realizar el retorno, ducharnos y premiarnos con una comida, otra vez, en Can Jordi
de Espinavell, nuestros salvadores del día anterior.
Imagen típica de Camprodón con su puente al fondo sobre el río Ter
Las pistas, como en todo el Pirineo, bastante pedregosas y con duros repechos
Impresiona leer lo que ocurrió aquí en 1939. En pleno invierno decenas de miles de personas cruzaron la frontera huyendo hacia Francia siguiendo los senderos que nosotros reseguimos este fin de semana. Los que llegaban en coche o camión los dejaban en Coll d'Ares tirados en un barranco.
Poco después de Coll d'Ares ya nos emboscamos en una bajada de 800 m. de desnivel con senderos de todo tipo
El que más disfrutó fue Quique que iba dando saltos mortales entre los matorrales
Llegando al Coll de la Clapa, penúltimo repecho antes del descenso. Aquí la lluvia ya empezaba a ser fuerte.
En pleno diluvio, Norris nos obsequió con unos pasos dignos de Chiquito de la Calzada gracias a sus rampas. Con la que estaba cayendo y el tío se pone a bailar.
Ya bajo techo y con un cacaolat caliente, Quique empezó a parecer más persona y menos un pollo remojado.
Tras el trance alguno comió a dos carrillos y no dejó nada en el plato
Para postre todos probamos los deliciosos quesos de la zona
Menos el friki del Norris que prefirió chupar un "Drácula"
Al día siguiente volvimos a admirar los excelentes paisajes y naturaleza exuberante, esta vez en la otra parte del valle del Ter
Y como colofón una impresionante "Falda de Poltre de Muntanya de l'Eva" en Can Jordi de Espinavell.
PD. Adolfo ha prometido más fotos, esperemos que sea antes de Navidad.
Que lástima de tiempo puesto que uno esta esperando para realizar una salida de esta envergadura y resulta que se pone a llover y ya se sabe lo que eso significa. De todas maneras el espíritu de aventura y pasarlo bien junto con una buena gastronomía estuvo siempre presente.
ResponEliminaBonitas fotos.
Un abrazo.
Rutón del bueno
ResponElimina